Las navatas podían ser de uno, dos o tres tramos, se formaban
entrelazando los maderos con sarga, los remos dirigían la navata por el
cauce hasta la desembocadura del río Ebro, donde acudían los madereros
para su compra. El viaje de descenso de
los navateros no estaba exento de peligros y dificultades, no sólo
físicos, sino también económicos debido a las exigencias de pago por
parte de señores y autoridades a su paso por las diferentes localidades.
En Aragón, únicamente los almadieros de
Hecho estaban exentos de pago, pues desde el siglo XIV disponían de un
Privilegio que los liberaba de cualquier tributo y que les permitió
controlar este medio de transporte durante siglos.
Las últimas navatas llegaron a Tortosa en 1949, en 1983 la
Asociación de Navateros de Sobrarbe tomo la iniciativa de recuperar la
actividad y organizo una celebración donde se construyó una navata que
descendió entre Laspuña y l´Ainsa en
Sobrarbe. Pronto se unieron más iniciativas en La Val d´Echo y la
Galliguera. Desde entonces se han seguido celebrando anualmente estos
descensos iniciando una tradición de gran aceptación popular.
La cultura del transporte fluvial de la madera es exponente de
los criterios de protección de la Convención para la Salvaguardia del
Patrimonio Inmaterial de 2003, ratificada por España en 2006,
continuados por el Plan Nacional del Patrimonio
Cultural Inmaterial de 2011 y según los parámetros de la Ley 3/1999, de
10 de marzo, del Patrimonio Cultural Aragonés.
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